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¿Un relato de zombies?


Nosotros, y no me refiero al gremio de los periodistas, sino al conjunto de la población, recordamos lo que nos pasó como otros países recuerdan sus guerras civiles. De hecho, se ha convertido casi en lo mismo: un fondo de memoria común que nos hace daño, pero en torno al cual estamos vertebrando casi toda nuestra cultura: libros, películas, ensayos, reportajes… Ya todo trata sobre lo mismo. Y no es para menos.

Cuando estalló el caos, como era de esperar, se dispararon (he elegido el verbo adrede, perdón por el humor negro) los suicidios, pero, que yo sepa, nunca se ha registrado un caso de asesinato y posterior suicidio por unas razones tan horribles y, desafortunadamente, tan coherentes y poco disparatadas como las del ex teniente Harvey Backer.

Cuando Harvey se encerraba en su despacho con el ánimo compungido no intentaba reanimarse cogiendo entre sus manos el retrato de su esposa Beth para susurrarle Beth, te echo de menos. Y David también. Cuando el ex teniente se sentía triste no era porque el fantasma flaco, calvo y marchito por el cóctel de cáncer y quimio de su difunta esposa viniera a visitarle, sino porque echaba de menos sus años en el ejército.

El rostro del presentador de la CNN parecía una pecera con el agua hasta el borde que alguien intentaba mover sin derramar ni una sola gota. A Harvey le pareció que era así porque se notaba que el hombre estaba asustado pero, al mismo tiempo, también se notaba que intentaba aparentar no estarlo.

-Interrumpimos el boletín ordinario de noticias porque hemos recibido un comunicado de última hora. Lamentamos tener que informarles de que debido a un aviso de múltiple atentado terrorista las autoridades prohíben, repito, prohíben, en todo el país que nadie salga de su casa. Volvemos a repetir: queda terminantemente prohibido que nadie salga a la calle desde este mismo momento. Se recomienda que, quienes estén preocupados por sus familiares, utilicen las llamadas telefónicas a través de internet para no saturar las líneas telefónicas. No salgan a buscar a sus familiares. En breve, ampliaremos la información sobre el protocolo a seguir ante esta situación de emergencia. De nuevo, les instamos a que permanezcan en sus hogares.

¿Era cierto lo de la amenaza terrorista? Harvey, que desde que había enviudado sentía un gran alivio al poder, por fin, charlar en voz alta con la gente que había matado en la guerra, con los amigos que había perdido en ella y con la televisión, le replicó al presentador del noticiario: Hijo de puta, ¿crees que te van a hacer caso? Aprovechando que tampoco su hijo David estaba en casa, también habló con Beth: ¿y tú, Calvita, qué dices, eh? ¿Será verdad lo de la amenaza terrorista? Sh… jaja. No te enfades. Es una broma, Calvita. Cabrona. Mientras vivías me moría por decirte que hacia el final te parecías al puto Gollum: calva, delgada, huesuda… Pero nunca te lo dije. Solo una vez, mientras te pusiste a llorar pidiéndome consuelo te abracé y te dije “sh, mi Calvita” y me empujaste y me miraste con esa cara que ponías a veces de “Me he equivocado en todo. Besé al chico al que no debía besar. Me casé con quien no debía, y ahora estoy muriéndome junto a quien no debo”. Que te jodan, Calvita. La gente que tiene la piel tan fina nunca es feliz.

Harvey se dio cuenta de que su móvil tosía muchas más notificaciones de las habituales. Empezó a consultarlas mientras se dirigía a la nevera a coger otra cerveza más.

En Twitter mucha gente se mofaba de los informativos y otra mucha se sentía indignada por el intrusismo del marketing en los medios de comunicación. Algunos, tirando de memoria, habían iniciado hilos rememorando aquel día de 1996 en que los informativos del país y las productoras de cine se habían conchabado para presentar el trailer de Independe Day como el avistamiento real de una nave nodriza alienígena. Las líneas telefónicas se saturaron por espectadores asustados. La gente empezó a rezar salmos mientras se daba la mano. Otros se sentaron en sus mecedoras, junto a su escopeta, a esperar la irrupción de unos alienígenas que, por supuesto, no podían venir en son de paz. La población estuvo muy preocupada durante algunas horas. La película se convertiría en un éxito arrollador en taquilla.

¿Sería eso de verdad? Se preguntó Harvey. ¿La publicidad ha llegado a extremos tan gamberros e irrespetuosos de nuevo, después de lo del 11 S? Sin embargo, acomodado ya otra vez en el sofá, tras abrir la lata de cerveza, el ex teniente se dio cuenta de que en Twitter la gente había comenzado a hacerse eco de un montón de vídeos extraños que se estaban subiendo a Youtube. Los títulos de los vídeos contenían palabras alarmantes como “virus”, “rabia” y “contagio”. Los vídeos mostraban ataques de personas que mordían a otras personas. Youtube se había convertido en un montón de películas de terror caseras.

Harvey no llamó a David para ver cómo se encontraba.

Le quitó el sonido a las notificaciones. Lo malo de los tiempos que corrían es que todo el mundo llevaba en el bolsillo un puto chisme capaz de denunciar, sí, pero también capaz de engañar y de difundir bulos.

De súbito empezaron los disparos en la calle. El primero fue solo el pistoletazo de salida al resto, que irían llegando sincopados pero constantes, como truenos durante una noche de tormenta. Saltó la alarma de algunos coches. Harvey pensaba poco en la religión y en La Biblia, pero siempre había creído que si el apocalipsis tenía un sonido sería el de las alarmas antirrobo de los coches. A los pocos minutos empezaron los tumultos: había mucha gente con palancas y bates de baseball en casa. Había muchos escaparates con productos que la gente llevaba deseando demasiado tiempo. América siempre había sido así: un aula llena de chicos que esperan a que el profesor se distraiga para portarse mal.

Harvey seguía sin llamar a David. No porque no pensara en hacerlo o porque su hijo le diera exactamente igual, sino porque prefería esperarlo en casa a oscuras, sentado en el sofá, acumulando rabia por el simple hecho de haber tenido que estar esperando. Era la única forma que tenía Harvey de ejercer como padre.

Los disparos estaban empezando a crispar a Harvey. No se debía a que le provocasen miedo, sino a que despertaban al antiguo soldado que dormitaba con un ojo abierto dentro de él. El ex teniente se dirigió a su despacho, barrió con un vistazo sus condecoraciones y las fotos con los muchachos, y sacó la llave del cajón donde guardaba su 9 mm.

Regresó al sofá y comenzó su vigilia; su espera de David. Su pie empezó a moverse al compás de una música mental que no escuchaba desde sus días en el ejército.

¡Por fin!, ruido de metal curioseando en hendidura de la cerradura. Sería David, tenía que ser él, pero por si acaso, Harvey le quitó el seguro a la pistola. Era sorprendente cómo se asemejaban el ruido de la llave en la cerradura y el ruido que producía el arma cuando le quitaban el seguro.

Era David. Y encima tenía la jeta de llegar a casa tambaleante y con la lengua pastosa.

-Muchacho…

-Papá. Joder. Lo que está pasando ahí fuera…

-¿Qué hay de lo que está pasando aquí dentro?  ¿Has llegado borracho?

-No, papá. No es eso. No es lo que crees. Estoy mal. Estoy enfermo o algo.

-Eso ya lo veo. ¿Alcohólico a los 18? –Harvey rio con una risita que era casi afectuosa. Como si por primera vez en mucho tiempo hubiera un rasgo en David que le permitiera reflejarse en él.

-Que no, coño. Una de esas cosas me ha arañado. ¡Mira! ¡Mira si no me crees! Además, está todo internet flipando con eso. En serio. Mira el móvil, joder.

-Ya lo he mirado. Si vuelves a hablarme así te doy un puñetazo. Soy tu padre.

-Lo-lo siento, vale. Pero mira.

Harvey examinó el arañazo. Cogió a su hijo por el antebrazo y se lo giró para evaluar mejor el alcance de la herida. Sin decir nada, se fue a buscar un botiquín y regresó con él y con una caja de comprimidos.

-Te llevaría al hospital –empezó a soltarle Harvey a David, casi intentando adelantarse a un reproche que su hijo ni siquiera estaba en condiciones de pensar-, pero las carreteras estarán cortadas, o saturadas, o lo estarán los hospitales. Además, hay tiroteos.

-Sí. Han matado a gente, papá. Han matado a gente. Y esa gente a la que han matado… No hablaba. Se tambaleaban. Parecían sordos. No atendían a los avisos de la policía. Mordían a otra gente –David terminó la frase con un escalofrío. Estaba visiblemente aturdido y enfermo.

Harvey odiaba que le llamara papá. Le parecía un anacronismo de la infancia. Prefería “padre”, o bien que no le llamase de ninguna forma. Que se dirigiera a él sin apelativos.  Para intentar escampar la rabia latente que empezaba a emergerle, el ex teniente se puso a curar la herida de su hijo. Tras abrir el botiquín y desplegar todo lo que necesitaba, su rostro empezó a relajarse. Mientras empapaba gasas en antiséptico empezó a silbar. Harvey no estaba curando a su hijo, sino a un compañero al que el enemigo había alcanzado. Los compañeros se cuidan los unos a los otros.

-Ya está. Desinfectado y tapado. Sé que te ha tenido que doler, tenías pus, tuve que limpiarla. ¿Estás seguro de que este arañazo es de hace una hora?

-Sí, sí. Seguro.

-Bueno. Tómate esto. Es antibiótico. Ahora duerme, mañana por la mañana te daré otro.

-Gracias.

-Acuéstate ya.

En la televisión continuaban con el roleplaying de que todo se debía a una amenaza terrorista múltiple, con objetivos muy dispersos e imposibles de precisar. Se habían retransmitido más órdenes, prohibiciones y consejos. Youtube funcionó una hora más. Se convirtió en un museo de los horrores lleno de testimonios de un Auswitch recién improvisado. Mucha gente lo pasaba mal y hablaba de cómo algún miembro de su familia había matado a otro. Otros se dedicaban a subir vídeos criticando a los poderes públicos: las casas se llenaban de cadáveres que nadie venía a retirar y de heridos que nadie venía a atender. Instagram había perdido el sentido de su idiosincrasia: ni siquiera las adolescentes más frívolas se atrevían a posar sexis junto al caos.

Hacia las dos de la madrugada Harvey había empezado a dormitar en su butaca. Tenía la pistola sobre el regazo y el soldado que hibernaba dentro de sí había abierto los dos ojos, pero Harvey entrecerraba los suyos porque había logrado normalizar el ruido sincopado de los tiroteos de las calles, igual que algunas personas son capaces de adaptarse a la imprevisible partitura de los ronquidos de su amante. De pronto, un ruido insignificante pero mucho más cercano despertó totalmente al ex teniente: era el pomo de la puerta de la habitación de David. El chaval apareció en el salón febril y con un andar lento y torpe. Le costaba hablar y la luz de la luna le daba un tinte macilento a sus facciones.

-Pa…dre. Estoy maaaal.

-Dios mío. Ahora entiendo lo de la gente de Youtube.

-¿Qu…é?

Harvey empuñó la 9 mm, amparándose en las sombras de la casa a oscuras.

-¿Qué quieres, David?

-Na…da, pa…dre. Ir al, ir al baño.

-Muy bien, David. Ve al baño. Pero rodea el salón.

-P… ¿por?

David había empezado a acercarse hacia donde estaba su padre.

-Da un paso atrás, chico. Rodea el salón y ve al baño. Hazme caso.

David empezó a convulsionar. No aguantaba más las ganas de llorar.

-Pero yo, yo nun…ca te he hecho na, nada, papá.

-¡Qué no me llames así, joder! Ve al puto lavabo rodeando el salón o… -Harvey se acababa de dar cuenta de que estaba apuntando con la 9 mm a David. – o… ve ya de una puta vez. Joder.

-¿Tengo fi, fiebre? Ten, tengo frío.

David se acercó con los dientes castañeantes.

-¡Eres un cabrón! ¿Te has convertido en uno de ellos? Seguro que sí. Te odio, muchacho. Te odio casi tanto como a tu madre. Nunca quise convertirme en nadie importante para alguien. Pero tu madre me obligó. Sois todos unos gilipollas. Yo venía de la guerra, de matar gente y todos me decíais que casarme era la solución.

David se acercaba despacio, arrastrando los pies. Alzando los brazos hacia donde estaba su padre, quizá porque apenas se veía nada con solo la luz de la luna que pasaba por las ventanas.

El ex teniente Harvey recordó que hacía apenas un rato había tenido que curar a un compañero porque el enemigo le había atacado. ¿Habría sido este que se acercaba ahora? Este cabrón, sí. Este cabrón que se acercaba despacio y con las manos hacia él, como los zombies de los vídeos de Youtube. Harvey Backer le pegó tres tiros a David Backer: dos en el estómago y uno en el pecho. Las balas se quedaron dentro del cuerpo. David empezó a sangrar a borbotones y a levantar una mano con la que escudarse tardíamente para protegerse de los disparos. La respiración se fue convirtiendo en estertores y en ruidos licuados. Parecían los gruñidos de un zombie.

Harvey se acercó al cuerpo moribundo de su hijo.

-¿Y aún no te mueres?

Le disparó en la cabeza. David bajó la mano con la que había intentado defenderse. Solo entonces se orinó encima. Era verdad que David tenía que ir al baño.

El rostro del chaval se ladeó imprevisiblemente ofreciéndole a Harvey el perfil. Es cierto que el chico siempre se había parecido a más a Beth que a él, pero ahora, así de lado, le recordaba a Harvey a las fotos que había visto de su propio padre cuando este era joven. Los genes de la familia habían florecido durante un instante en el rostro de David Backer para hacerle un postrero guiño al ex teniente. Un guiño que llegaba tarde, como cuando el chaval había levantado la mano para protegerse de unos disparos que ya había recibido.

-Eras mi hijo. Eras mi hijo.

Harvey se arrodilló, demolido por este reconocimiento absurdo pero trascendental.
El ex teniente Harvey Backer se voló los sesos. Lo siento, pero he de decíroslo así: me gusta pensar que justo en el segundo antes de que su cerebro se desconectara del mundo, Harvey escuchó el ruido de la alarma antirrobos de algún coche.

La autopsia a David Backer demostró lo que, en realidad, muchas personas ya habían descubierto por cuenta propia esa primera noche en que se desató el caos: el arañazo de esas criaturas no transmitía el virus que las hacía transformarse.




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