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Una vela blanca

No me gusta sonreír en las fotos.
Defiendo que no hay por qué hacerlo.

Sonreír para alguien
es redondear hacia arriba,
dándole el gusto
al más superficial de los autores.

Siempre hace demasiado viento
como para sonreír en las fotos,
por eso
siempre que van a hacerme una
miro directamente al fotógrafo
y con gran seriedad
le digo:
PA. TA. TA
o:
LUUUU. IS.
o, mi preferida:
CLI. TO. RIS.

Así, por lo menos,
hago que los demás se rían.

Los mejores retratos que tengo en mi casa
son de mi abuelo mirando muy serio a cámara,
y de mi padre poniendo esa cara de desprecio
que se les queda para siempre
a los niños que nunca tuvieron un perro.

Quiero volver a soñar.
A soñar con lo que sea.
Pero últimamente
solo duermo
el sueño intranquilo de los mortales.

Es muy difícil ser una persona.
Es muy difícil cuando te das cuenta
de que el paso del tiempo
es como tratar de dar fuego de cobertura
para que el alma
intente pasar
por entre las balas.

Quiero volver a soñar
con que triunfo. 
Con que doy discursos.
Con que le explico a la prensa
que ‘poeta’ es mi nombre científico,
mientras que ‘Iván’ es mi nombre de pila.

Quiero que haya un canon. 
Quiero que los profesores de secundaria
expliquen mis poemas en clase.

Quiero pasarme el día escribiendo
en lugar
de tener la inteligencia
mal labrada
en cualquier trabajo de mierda.

Pero ya no sueño.
Ahora son los demás los que sueñan.

Andrea tiene pesadillas
en las que se deja en casa la mascarilla.

Mi madre, me llamó el otro día por teléfono
para decirme que había soñado
con mi padre muerto.

En el sueño
mi padre estaba tumbado en el sofá
del salón de la casa de mi madre 
con los zapatos puestos.
Mi madre se asustaba
al ver a un fantasma en su casa,
pero enseguida,
con la confianza y el desprecio
que otorgan los años de mala convivencia,
mi madre le inquiría:
¡Quítate los zapatos! Además, 
¿tú no estabas muerto?

Nadie me quiere.
Nunca me habéis querido.

Bueno, espetaba mi madre, resolutiva,
tu hijo guarda tus cenizas
en el armario de su casa.

Entonces mi padre
se quitaba los zapatos
y se dormía.

Mi madre se despidió
con la siguiente recomendación:

Sé que tú no crees en estas cosas,
pero ponle una vela al tonto de tu padre.
Una vela blanca, hijo.
Una vela blanca 
para que encuentre el camino.

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