Mis abuelos eran muy graciosos y se querían mucho.
En una excursión,
en una de esas excursiones en la que a los viejos
les regalan litros de aceite
a cambio de que aguanten
largas peroratas
sobre duchas con hidromasaje,
el autocar se les averió.
Iba pasando el rato
y la gente
iba poniéndose de mal humor.
Empezaron los murmullos sobre el conductor.
Mi abuelo, como una especie
de Clark Kent del humor,
se escondió detrás de un árbol, se quitó toda la ropa
y se hizo un taparrabos con una enorme hoja de plátano
que se ató con el cinturón.
Volvió a la carretera
y, dando voces,
anunció que aquella era una carretera india
y que si no se marchaban pronto
su tribu vendría
y les arrancaría la cabellera a todos.
De ese día hay fotos.
Hay fotos de mi abuelo con un taparrabos
confeccionado
con una hoja de plátano
mientras amonesta
a sus compañeros de excursión.
Cuando se hizo más mayor
y ya apenas salía de su casa,
veíamos películas del Oeste juntos en el canal 8
y siempre que salían los Indios
me miraba
y se sonreía.
Mis abuelos eran muy graciosos y se querían mucho.
A veces, en medio de una comida familiar
mi abuelo sacaba uno de los senos de mi abuela
de su bata de estar por casa
y se amorraba a él.
Mi tía y mi madre se indignaban. Decían que
había niños en la mesa
pero mis abuelos se reían
y decían
¡Es el postre del abuelo!
Yo y mis primos nos descojonábamos.
No sé bien la historia
pero mi abuela
tenía un ojo de cristal
desde que era una niña.
Recuerdo que una vez
tenía que comprarse uno nuevo.
Se lo probó delante de un espejo,
lanzó un suspiro y le dijo a mi abuelo
Ay, amante, este no.
Con este ojo
me parezco al Colombo.
Así eran ellos
y por eso acuden a mí así:
con dulzura.
Con mi padre es diferente.
Con mi padre tengo malos sueños.
Su fantasma me regaña.
En cambio, mis abuelos acuden a mí
más sofisticadamente.
Me recuerda
a cuando te olvidas
de guardar algo dulce en la nevera
y sin que te des cuenta
acuden las hormigas.