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Inmortal

Yo solo me como las uvas de Fin de año, porque temo que si no lo hago, ese año muera mi madre. El otro día escuché un podcast en el que un médico hablaba de la cercanía de la inmortalidad. Decía que está a la vuelta de la esquina, para todos, en menos de 30 años. Pero de aquí a 30 años, mi madre, con su nombre de montaña, ya no estará viva. ¿Para qué querría un hijo echar de menos a sus padres de manera interminable? Si nos volviésemos inmortales, ¿se borrarían las líneas de la vida de nuestras manos? Si yo nunca fuera a acabarme, ¿me molestaría en seguir sonriendo a los pájaros del Delta, en señal de tímido agradecimiento por la primavera? Almacenaría tantas memorias a lo largo de los siglos, que me pregunto si mi cerebro no sobreescribiría los recuerdos que tengo de mi abuela cuando me quería. Cuando me besaba en la mejilla y me pedía que tuviera cuidado con los chicles, porque resulta que si un niño se traga un chicle, este se le puede pegar en el corazón. ¿Se puede seguir siendo hu...
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Black Friday

El otro día  me compré una silla rebajada  por el Black Friday. Tenía que ir un poco lejos a buscarla, así que busqué en la información del email  cuánto pesaba el bulto: 10 kilos. ¿Puedo yo sostener 10 kilos durante un rato prolongado? Y entonces me asaltó el recuerdo  de que 10 kilogramos  era exactamente  lo que pesaba la Cristi. Yo la cogía en brazos  unos metros antes de llegar al veterinario  para calmar sus temblores de miedo. También la alzaba en mis brazos cuando la llamaba desde lejos  y venía corriendo, para clavarse contra mí, con esa sonrisa  que solo tienen los perros.

La cajita

Superar algo es permitir que te acompañe para siempre. Por eso siempre digo que esta casa está llena de fantasmas. Me pongo el reloj de mi abuelo. Saludo a la fea hurna que contiene las cenizas de mi padre. Salgo a la calle contento de ser el río que los prosigue y los contiene. Lo hago porque yo, al igual que los romanos, construyo la Necrópolis muy cerca del Circo. Cuando lo oscuro, cuando lo sombrío; da igual, cuando todo alcanzó su tamaño natural, mi abuelo me insistía en que, al final, la vida son solo un puñado de años que guardas en una cajita a la que te agarras muy fuerte, mientras esperas a que la riada venga y se la lleve.

Tristán e Isolda

A mí no me encantó ir a la Universidad. Lo que me gustó fue tener 18 años y conocer a Santi y a Ernesto. El resto fue una mediocridad; montones de normalidad a un precio muy elevado. Sin embargo, recuerdo una clase en particular que me pareció deslumbrante. Nora Catelli nos hizo leer para Literatura Universal Tristán e Isolda. Mark, rey de Cornualles, no encuentra esposa, así que le pide a su amigo Tristán que atraviese el mar para ayudarle a encontrar una consorte. Tristán va a parar a Irlanda y allí se encuentra, de rebote, con que el gigante Morholt está exigiendo un tributo anual de niños para comérselos vivos. Morholt es derrotado por Tristán, y los reyes de Irlanda, como premio, le entregan a su hija Isolda para que se despose con Mark. La criada de Isolda, temerosa de que a su ama le aguarde un infeliz futuro junto a un hombre que no es de su gusto, le prepara un filtro mágico para que los esposos se enamoren el uno del otro al tomarlo. En el barco que ha de llevarlos de Irlanda...

Por fin mi casa está encantada

La primera noche esperaba oír algún ruido. Si quiera, algún portazo de aprobación o de protesta en el armario en el que había guardado las cenizas de mi padre. Mi padre no se había portado especialmente bien hacia el final de su vida así que pensé que, al menos, en algún momento la Biblia se movería o algún crucifijo empezaría a girar en la pared. Pero nada. No sentí ningún escalofrío. No se rompió ningún vaso. No escuché ningún susurro durante la madrugada. La vida ha ido continuando y esta casa se ha resistido a dejar entrar al fantasma que le corresponde. Sin embargo, todo cambió la otra noche. LLegué del trabajo y me senté en la cama para descalzarme las bambas. Nada más sentarme lo noté: no se me hundía el culo; el colchón había rejuvenecido, volviéndose duro como el día en que llegó a esta casa. Me levanté de un brinco y empecé con las carcajadas. ¡Cabrón! Así fue como supe que el fantasma de mi padre había estado conmigo todo este tiempo. Simplemente, ha pasado lo mismo que pasa...

Fregar los platos

Cuando hablo de mi padre el paisaje se vuelve borroso como mi alma insegura. En sus últimos años mi padre tenía la mirada caduca de las cintas VHS. No sé hablar mejor de él. Cuando hablo de mi padre soy una bombilla. Parpadeo y doy bien la luz solo a veces. Quizá debería destituir la soledad de esta casa con un perro. Pero no. No quiero otro perro. Ya tuve una perra y sé que los perros no son más que niños que mueren de cáncer durante su adolescencia. Si los pájaros creen que las antenas de televisión son ramas de árbol, yo puedo dejar una manta sobre mi sofá y creerme que Andrea ha vuelto a quedarse dormida en mi casa. A veces pienso que si friego los platos muy bien todos mis seres queridos volverán conmigo.

La caja de galletas

Yo pensaba que una casa solitaria sería como una habitación sin monstruos, pero me equivocaba. Juré jugar con todas estas sombras y ahora no sé cómo voy a hacerlo. Hospitalizo mi tristeza. Insonorizo mi nostalgia. Lo malo de ser solo joven, en lugar de muy joven, es que te quedas sin tiempo para las tramas más interesantes. Yo antes podía ser feliz como un perro que se revuelca por la hierba. Pero ya no. Demasiado feísmo. Demasiado tener claro que en esta vida los malos siempre ganan, mientras que el alma es siempre un callejón sin salida. Lo malo de ser solo joven, en lugar de muy joven, es que te quedas sin tiempo para las tramas más interesantes. Ningún recién llegado conocerá a mi padre. Ya nadie podrá infiltrarse ni enraizarse en mí. A nadie que que desembarque hoy mismo podré mostrarle nunca la caja de galletas en donde guardaba los tesoros de cuando fui un niño.