Yo solo me como las uvas de Fin de año, porque temo que si no lo hago, ese año muera mi madre. El otro día escuché un podcast en el que un médico hablaba de la cercanía de la inmortalidad. Decía que está a la vuelta de la esquina, para todos, en menos de 30 años. Pero de aquí a 30 años, mi madre, con su nombre de montaña, ya no estará viva. ¿Para qué querría un hijo echar de menos a sus padres de manera interminable? Si nos volviésemos inmortales, ¿se borrarían las líneas de la vida de nuestras manos? Si yo nunca fuera a acabarme, ¿me molestaría en seguir sonriendo a los pájaros del Delta, en señal de tímido agradecimiento por la primavera? Almacenaría tantas memorias a lo largo de los siglos, que me pregunto si mi cerebro no sobreescribiría los recuerdos que tengo de mi abuela cuando me quería. Cuando me besaba en la mejilla y me pedía que tuviera cuidado con los chicles, porque resulta que si un niño se traga un chicle, este se le puede pegar en el corazón. ¿Se puede seguir siendo hu...
El otro día me compré una silla rebajada por el Black Friday. Tenía que ir un poco lejos a buscarla, así que busqué en la información del email cuánto pesaba el bulto: 10 kilos. ¿Puedo yo sostener 10 kilos durante un rato prolongado? Y entonces me asaltó el recuerdo de que 10 kilogramos era exactamente lo que pesaba la Cristi. Yo la cogía en brazos unos metros antes de llegar al veterinario para calmar sus temblores de miedo. También la alzaba en mis brazos cuando la llamaba desde lejos y venía corriendo, para clavarse contra mí, con esa sonrisa que solo tienen los perros.