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Los alsacios

Andrea y yo
todavía estamos en esa etapa
en la que nos estamos mostrando
nuestros mundos el uno al otro.

El otro día fui al supermercado
a comprar cervezas de diferentes marcas.

Quería enseñarle a Andrea
el verdadero valor
que tiene para mí
esa bebida
que me permite reunirme mejor
con mis heridas,
con mi abuelo muerto
y con la valentía
que se necesita
para escribir textos que merezcan la pena.

Le gustó la A.K. DAMM.
Le gustó tanto
que le dio la vuelta a la botella
y empezó a inspeccionar la etiqueta.
En la etiqueta aparece el dibujo de un pájaro (una cigüeña).

-¿Qué pájaro es este, Iván? -me preguntó Andrea,
con la misma voz que ponen los niños
cuando todavía confían en sus padres.

Yo sabía que la etiqueta rezaba algo
de que la cerveza estaba hecha
según un método alsaciano,
así que aplicando un mecanismo de humor
un tanto rudimentario
le dije:

-Eso es un alsacio.

-Pues parece una cigüeña.

-Sí sí, se parecen un montón, la verdad.

-De hecho, ¿cuál es la diferencia?

-Las cigüeñas traen bebés,
los alsacios, en cambio,
traen cervezas.

Andrea se rió con una risa fluorescente, burbujeante.
Una risa de cerveza escapando por la boca.
La risa de los amantes.

Voy a guardar el recuerdo de su risa
en un lugar limpio, fresco y seco
para que me dure mucho tiempo.

Espero que con los años
los alsacios
no se conviertan en una media sonrisa,
en una bandada
de pájaros tristes,
en un cabello de alguien a quien quise
atrapado en una camisa,
en algo que le ocurrió
hace mucho tiempo a mi vida.

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