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Una tarde con Rose

Voy a darle una vuelta de tuerca al género de los zombies. Le pasa a este género lo mismo que a las obras sobre gángsters o a las obras distópicas: son la excusa perfecta para poner a prueba a las personas y tratar de hacer emerger lo más importante de su psique.

Ahí va un adelanto de lo que, espero, será mi nueva novela.




Una tarde con Rose


1


-No la quiero, papá.

-Como no cojas la jodida pistola no sales.

-Pero…

-Pero nada. Ya sabes disparar, pero no juegues a los pistoleros. No le hagas fotos. No subas nada a internet. No se la enseñes a nadie. Solo úsala si tienes que usarla. Y asegúrate bien, si la usas, de que sea con una persona que se haya transformado. La última vez detuvieron a un chaval porque le disparó a un vagabundo que estaba sollozando junto a su perro, que acababa de morir… El chaval pensó que el mendigo sufría las agitaciones y se lo cargó. Me cago en la puta, solo 18 meses sin transformaciones, en esta ciudad, y ya han quitado la vigilancia de la calle. Jodido gobierno.

-Esto… no tengo dinero.

-Ah, joder. Sí. Toma.

El padre de Oswald le tendió un jugoso Jackson frente a la cara. Su hijo se lo arrebató con toda la viveza de un adolescente que se pasa el día masturbándose y tomando azúcar.

-¿A qué hora vas a venir?

-No sé… ¿sobre las 10?

-Vale. Si llegas tarde o si no me coges el móvil te castigaré para siempre a todo. ¿Me entiendes?

-Que sí, papá…

-Ah, y por cierto, me importa una jodida mierda lo ridículo que parezca, pero si vais al cine buscad alguno que aún tenga vigilantes de seguridad y, por Dios santo, poneos las mordazas, sé que diréis que es una mariconada, pero es la única manera de que, si estáis distraídos viendo la peli y alguien se transforma, no podáis morder a nadie. ¿Entendido?

-Sí… Me voy ya, papá.

-Ten cuidado o no volverás a salir nunca jamás. Lo mejor es ir a un sitio abierto en donde podáis huir si alguno de vosotros se transforma. Y Oswald, ten por seguro que cada puñetero minuto que pases ahí fuera es un jodido dolor de huevos para mí y para tu madre. No sé por qué coño te estamos dejando salir.

-Porque manda ella, papá. Y ella sí me deja salir.

Cuando Oswald cerró la puerta su padre rubricó la despedida con un epílogo.

-Siempre mandan ellas, hijo. Siempre mandan ellas. Ya te contaré por qué.

2


-Qué pesado es mi padre.

-Pues anda que mi madre…

-Pero es que mi padre me ha dado una pistola.

Rose se llevó la mano al bolsillo y cerró el puño en torno a algo.

-A mí me han dado esto -dijo Rose, abriendo la mano.-: una hermosa navaja para que te destripe.

-Genial. Yo puedo dispararte y tú clavarme un cuchillo. Va a ser una primera cita a solas perfecta.

Después de echarse a reír unos instantes, Rose le lanzó a Oswald una mirada que este jamás había visto todavía en otra persona:

-Sí que va a ser una primera cita perfecta.

-¿Sí?

-Sí, mira:

Rose se adelanto un par de pasos, se subió la falda un brevísimo instante y Oswald pudo vislumbrar y quedar deslumbrado por los mofletes de las nalgas de Rose.

-Qué, Oswie, ¿te gusta el tanga?

Oswald iba a responder que sí, pero en un momento en el que se entremezclaron la comicidad con la animalidad del sexo entre adolescentes, prefirió señalarse la bragueta. Rose percibió la erección de Oswald bajo los vaqueros y por un momento la vida le regaló un cucurucho con dos bolas: la chica de 15 años sonrió con ternura a su primer novio, al mismo tiempo que notaba cómo se le escurría el flujo entre los muslos.




3



-Pasa, pasa. No te puedo ofrecer nada porque el piso lleva vacío desde que mis abuelos se marcharon al campo y la nevera está desconectada… De hecho, no sé ni si hay luz ni agua.

-No nos hace falta nada.

Oswald clavó las rodillas en el suelo, detrás de Rose, le subió la falda y empezó a lamerle las nalgas.

-Jajaja, pero serás cerdo…

Oswald apartó la tira del tanga y le olfateó el ano a Rose.

-Te dije que te lo haría. Que en cuanto entráramos aquí te olfatearía el culo y

-me lo lamerías. Pues hazlo.

Rose empezó a cerrar los ojos y a relajarse.

-Me toca.

Oswald se puso de pie. Rose se arrodilló y le bajó los pantalones.

-Jaja, me encanta que haya salido así, como los muñecos esos de muelle en las cajas de los payasos… Uf, las fotos no le hacen justicia. Qué grande.

Rose se llevó la pene de su novio a la boca y empezó a succionar mientras lo miraba a los ojos.

De súbito, Rose se sacó el pene de la boca y se puso de pie.

-Ya está. Por si acaso… Deberíamos ponernos las mordazas.

-Pero… ¿Un poquito más? Además, yo aún no te he comido el coño.

-Yo lo que quiero es este rabo dentro. Así que saca tu mordaza y los condones.

Rose mintió. Sí que quería que Oswald le comiera el coño, de hecho, era lo que más le apetecía, pero mientras le chupaba la polla a su novio se había mojado tanto que le daba miedo agobiarle con tanto “moco”.

Sacaron las mordazas y en un gesto espontáneo de ternura, se ayudaron el uno al otro a ajustárselas.

Oswald dejó la 9 mm junto a la mesita de noche de la cama de los abuelos de Rose. Rose tiró al suelo la navaja que le había dado su madre y cogió el pene de Oswald, que ya estaba encapuchado por el preservativo, y se lo condujo hasta la entrada. Al notar que ya estaba en la senda correcta, Oswald empujó las nalgas despacio para no hacerle daño a Rose. Entró perfectamente. Ambos gimieron un poco, pero apenas se notó con las mordazas.

Ninguno de los dos era virgen y ambos ya se habían encontrado con el mismo problema antes, pero aun así, inconscientemente, habían acercado las bocas para besarse… Se rieron al no poder hacerlo a causa de las mordazas, pero eso hizo que se sonrieran con las mejillas y que rebajaran la tensión sexual un poco. Oswald se alegró por esa pizca de humor, puede que sin ella se hubiera corrido ya, demasiado pronto.

Como no podían besarse y la mordaza se parecía demasiado a una nariz de payaso metida en al boca, Oswald apoyó su rostro sobre el hombro de Rose y empezó a acometerla mientras pensaba en cosas asquerosas o absurdas. Era un truco de eficacia contrastada por sus amigos y por los foros de internet. Empezó a pensar en gambas. En lo jodidamente feas que son las gambas y en lo jodidamente desesperado que debió de estar la primera persona que pensó que aquel bicho que parecía un extraterrestre debía de ser comestible. Fue Rose quien, abrazándole las nalgas con sus piernas y subiendo un poco el tono de sus gemidos, le dio a entender que había “orgasmo a la vista”. Oswald devolvió al mar a las asquerosas gambas y se concentró en pensar en el culo de Rose.
Había algo increíblemente extraño en la manera en la que habían comenzado a follar… No era lo de las armas, ni lo de las mordazas, no era nada relacionado con el mundo exterior; solo ahora Oswald se había dado cuenta de que el muy gilipollas ni siquiera le había quitado el sujetador a Rose para verle y tocarle las tetas.

Antes de correrse -y ya estaba a punto y parecía que Rose también-, pensaba enmendar ese error. Separó el rostro del hombro de su novia y se alzó un poco para tratar de sacarle las tetas del sujetador sin desabrocharlo, cuando se dio cuenta de que Rose debía estar ya a punto de correrse: se estaba agitando mucho, pestañeaba a gran velocidad y los jadeos se habían vuelto menos agudos a la par que se iban enronqueciendo. Rose cerró los ojos medio segundo, volvió a abrirlos, Oswald se dio cuenta de lo que acababa de pasar, agarró con sus manos los brazos de Rose para que no le clavara las uñas, y pudo predecir en un instante todo lo que ocurriría después, sabiendo que no podría hacer nada para evitarlo.

Cuando Rose volvió a abrir los ojos sus iris eran blancos. Los jadeos eran ya más bien gruñidos. Lo normal es que Oswald sintiera una cortada de rollo, parase y llamara a las autoridades, pero lo cierto es que estaba justo a punto de eyacular y las sensaciones dentro de la vagina de Rose seguían siendo igual de cálidas y de placenteras.







Melisa y Oliver se casan





Hacía un día tan amarillo y espléndido que Melisa y Carol se dirigieron a la terraza instintivamente. Carol ofreció té helado. Cuando lo trajo y lo sirvió, ambas sacaron sus pistolas de cañón corto, les quitaron el seguro y las dejaron junto a sus vasos de té.

Dieron algunos rodeos, se hicieron algunas preguntas de cortesía y por fin Melisa empezó a contarle a su amiga lo que había venido a contarle.

-Me caso con Oliver, tía. Sí, ya lo sé. ¿Por qué ahora, después de 10 años y con lo que está pasando? Pues precisamente por lo que está pasando, creo. Al principio lo pasamos mal, fatal. De hecho, casi lo dejo. Se estaba comportando como un gilipollas. Mira, por ponerte un ejemplo: el día que nos llegaron las mordazas, se prueba la suya por la noche durante 10 minutos y me dice yo con esta mierda no puedo dormir. Y claro, yo le dije pues yo si no te pones esa mierda no duermo contigo. Total, que empezamos a discutir porque me pareció un crío impaciente; ya se acostumbraría a dormir con la mordaza, joder. Lo más importante es la “salud”. Porque esto, al fin y al cabo, es un tema de salud, ¿no te parece? Es como una enfermedad; es algo que te puede matar. ¿Y qué iba a hacer? ¿Atarle? ¿Tengo que estar atando a Oliver cada noche? ¿Y si quiere ir al baño? ¿Me tienes que despertar a mí para que le desate? Bueno, pero lo peor no era eso, lo peor era esto: conforme nos vamos calentando en la discusión, termina por decirme que se iba a dormir al cuarto. ¿Al cuarto?, ¿y mañana qué? Eso no es una solución, Oliver, tendrás que acostumbrarte a la mordaza. Y va y me dice: no, porque puedo quedarme allí el tiempo que haga falta, ¿no te parece? Follamos aquí, me estoy un rato contigo cada noche si quieres, pero luego puedo quedarme allí a dormir indefinidamente. Y eso me tocó el coño, ¿sabes? Porque sí, hace ya dos años que nos da cosa decir que esa es la habitación “para cuando vengan los críos”, pero me dio la sensación de que el tío, en su cabeza, ya había descartado todo lo de tener hijos sin haberme dicho nada a mí. Él había pasado página de una cosa que a mí me sigue obsesionando. La cosa es que empezamos a dormir separados. Quedamos en que quien se levantara primero picaría en la habitación del otro hasta que este le contestara diciendo algo en plan “buenos días” o lo que sea, con tal de que saber que el otro no se ha transformado. Pero el primer día, yo había dormido tan mal y estaba tan cabreada con él, que a eso de las 8, cuando me picó a la puerta para darme los buenos días, pensé jódete, gilipollas, ahora no te voy a responder. Empezó a picar más y más fuerte y yo seguí ignorándole. Al final lo oí regresar “al cuarto”, se fue a coger el móvil y empezó a llamarme, para despertarme sin entrar, por si acaso. No se lo cogí, pensando jódete y emparanóiate, cabrón. Al final, no pudo más, cogió su pistola y entró de golpe al cuarto. Y claro, me vio ahí en la cama, tan pancha, sin haberme transformado. Pensando que me iba a gritar, yo ya estaba preparándome para gritarle a él, pero entonces la pistola se le cae de la mano, se arrodilla en el suelo y empieza a llorar como nunca le había visto llorar. ¿Por qué me haces esto, Melisa? ¿Por qué me haces esto?





































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