Ir al contenido principal

Te espero

Te espero en la soledad.
Te espero en la parte de mí
que siempre te espera.
La parte de mí
que escribe esos extraños sueños
tan normales
en los que siempre regresas.

Te espero en nuestro calendario,
escuchando perfectamente
cómo reclaman su fuego
todas velas.

Me gustaría, al menos,
mancharme las manos
con tu cadáver correcto;
Vete, lárgate, muérete pero no agrandes más
esta cuenta atrás
que siempre avanza hacia adelante;
Sé eterna para otros.

Siempre he pensado
que el único hijo
que de verdad importa
es esa última página de la vida
que la gente revisa
cuando la muerte
viene a buscarle.
No quiero que allí
te me aparezcas.

La última vez que te vi
tu nevera seguía
dibujando frío entre Coca-Colas light
y tónicas.
Todas tus metas
parecían estar más cerca,
detrás de toda esa niebla.
Y, sin embargo, el grifo de tu cocina
continuaba hablando el mismo idioma
de la última palabra.


Vete. Sé eterna para otros.
Ayer miraba tu ombligo
y hoy afilo el malvado brillo
que se agita en los cuchillos.

Te espero en la soledad porque
pensaba que tú
ibas a ser mi sonrisa
en las fotografías del futuro.

Te espero. Sonriendo;
triste como un adulto.

Te espero
siempre ahora
y también,
en definitiva,
en la última página
de mi vida.

Entradas populares de este blog

Inmortal

Yo solo me como las uvas de Fin de año, porque temo que si no lo hago, ese año muera mi madre. El otro día escuché un podcast en el que un médico hablaba de la cercanía de la inmortalidad. Decía que está a la vuelta de la esquina, para todos, en menos de 30 años. Pero de aquí a 30 años, mi madre, con su nombre de montaña, ya no estará viva. ¿Para qué querría un hijo echar de menos a sus padres de manera interminable? Si nos volviésemos inmortales, ¿se borrarían las líneas de la vida de nuestras manos? Si yo nunca fuera a acabarme, ¿me molestaría en seguir sonriendo a los pájaros del Delta, en señal de tímido agradecimiento por la primavera? Almacenaría tantas memorias a lo largo de los siglos, que me pregunto si mi cerebro no sobreescribiría los recuerdos que tengo de mi abuela cuando me quería. Cuando me besaba en la mejilla y me pedía que tuviera cuidado con los chicles, porque resulta que si un niño se traga un chicle, este se le puede pegar en el corazón. ¿Se puede seguir siendo hu...

Por el camino de la playa

Annie nunca quiso escaparse conmigo. Robar bancos. Huir. Registrarnos juntos en hoteles usando nombres falsos de ladrones famosos. Podríamos haberlo hecho. Podríamos haber migrado constantemente hacia veranos como este en el que apenas llueve pero en el que las tormentas eléctricas hacen que el verano no pare de rechinar los dientes. Hubiéramos ido a lugares peligrosos. Depósitos de agua con las patas frágiles y rayos que hacen que la gente mire al cielo mientras acaricia el lomo de sus biblias. Podríamos haber viajado en coche sonriendo hacia el futuro. El mundo entero hubiera sido tan solo un montón de polvo y de cadáveres detrás de nosotros. Se podía. A esa edad se podía hacer de todo. Alimentarnos del sol reflejado en los charcos. Ser salvajes y olvidarnos de que en casa para leer y para ver la tele necesitamos ponernos las gafas. Pero Annie no quiso y ahora la vida ejerce sobre mí una mirada marchita. Camino, aburrido y furioso por el c...

Sin hijo

Esta primavera está resultando ser una Semana Santa en donde nadie resucita. Me estoy acordando mucho de lo bueno que era mi padre inventándose las cosas que no sabía. Ese es el ingrediente clave para que un padre te fascine durante toda tu infancia y te defraude durante el resto de tu vida. Mi paternidad es una maravilla sin audiencia. Este es un asunto tan triste como la tristeza que sentía mi abuela cuando alguna vez me veía adelgazar. Con la de cosas que tengo que decir. Con la de cosas que tengo por enseñar y, sin embargo, los ojos cada vez se me van afilando más para solo ver a mis fantasmas. Yo, como todos, fui hijo de gigantes. Mi padre lo sabía todo hasta que no supo nada. A los doce fui consciente de que yo sabía más que él de matemáticas y de que yo comprendía mucho mejor que mi madre el mundo que me rodeaba. Eran gigantes y yo les superé; así que deduje que nunca fueron personas admirables. ¿Y si me equivoqué? ¿Y si resulta que, en realidad, a mi edad, mis padres sí fueron ...