Te
espero en la soledad.
Te
espero en la parte de mí
que
siempre te espera.
La
parte de mí
que
escribe esos extraños sueños
tan
normales
en
los que siempre regresas.
Te
espero en nuestro calendario,
escuchando
perfectamente
cómo
reclaman su fuego
todas
velas.
Me
gustaría, al menos,
mancharme
las manos
con
tu cadáver correcto;
Vete,
lárgate, muérete pero no agrandes más
esta
cuenta atrás
que
siempre avanza hacia adelante;
Sé
eterna para otros.
Siempre
he pensado
que
el único hijo
que
de verdad importa
es
esa última página de la vida
que
la gente revisa
cuando
la muerte
viene
a buscarle.
No
quiero que allí
te
me aparezcas.
La
última vez que te vi
tu
nevera seguía
dibujando
frío entre Coca-Colas light
y
tónicas.
Todas
tus metas
parecían estar más cerca,
detrás
de toda esa niebla.
Y,
sin embargo, el grifo de tu cocina
continuaba
hablando el mismo idioma
de
la última palabra.
Vete.
Sé eterna para otros.
Ayer
miraba tu ombligo
y
hoy afilo el malvado brillo
que se agita en los cuchillos.
Te
espero en la soledad porque
pensaba
que tú
ibas
a ser mi sonrisa
en
las fotografías del futuro.
Te
espero. Sonriendo;
triste
como un adulto.
Te
espero
siempre
ahora
y también,
y también,
en
definitiva,
en
la última página
de
mi vida.