Hoy he soñado que tú y yo
éramos dos niños americanos.
Tendríamos unos 10 años y
éramos vecinos.
Nuestras casas estaban ubicadas
uno al lado de la otra.
Vivíamos en uno de esos barrios
en donde los padres
tallan calabazas
para sus hijos
en el día de Halloween.
De repente, en la escena siguiente
se escuchaba la melodía circense
del camión de los helados y
ambos salíamos disparados
de nuestras respectivas casas
para perseguirlo.
Corríamos muy juntos, casi codo con codo,
estirábamos una mano
mostrando un dólar
que el viento ondeaba.
Como siempre nos ha ocurrido a ti y a mí,
en el sueño también
teníamos lo que nos hacía falta
para tener lo que nos hace falta.
Pero el camión no paró,
y el sueño terminó
sin que consiguiéramos lo que queríamos.
Ahora las cosas que hemos arrojado a la papelera
demuestran
que ya nos hemos convertido
en los adultos
que nunca creímos
que llegaríamos a ser.
Y, sin embargo, no es tarde.
Aún llevamos la cafeína de la juventud
en nuestras sangres.
No es tarde. Todavía somos
solo unos adultos
que parecen más bien
niños con matices.
No es tarde. Lo será pronto
pero no lo es ahora.
Yo, al menos,
en mi cartera
todavía guardo un dólar.