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Rotuladores

Laura, una de las gemelas,
la gemela de Anabel,
está hospitalizada
y hoy he ido a verla.

Me la he encontrado sentada
entre una chica con el pelo azul
y otra chica tan delgada
como los pájaros cuando enferman
y ya no pueden ni volar.

Un tipo se ha desnudado en la sala,
una mujer no paraba de persignarse.

A mí eso me da igual,
los locos no me parecen tristes ni sórdidos;
es como cuando vas en coche y te encuentras
con un montón
de molinos eólicos
en mitad de una enorme extensión de campo:
la vida
está llena 
de cosas violentas normalizadas.

A mí lo único que me ha producido tristeza
de mi visita a Laura
ha sido habérmela encontrado con la mirada perdida 
y con una caja de rotuladores en el regazo.
24 rotuladores de la marca Crayola y, sin embargo,
no eran rotuladores, eran quizás un gato, 
o quizás un rebaño de colores
que se habían quedado dormidos
sobre el regazo de Laura.

¿Qué hacía esa muchacha
cuya única pasión es dibujar
sin un maldito papel
con el que poder conversar 
con la parte más intuitiva de su alma?
Nada. Estar sedada. 
Tener una llamada telefónica en espera
con su propia vida.

Las pastillas 
son solo una versión más ecológica y barata
de una madre que te agarra de los puños
para impedir que te claves un cuchillo.

Lo malo de aquella sala
es que era una sala con estrabismo:
nadie estaba triste,
nadie miraba por la ventana
en busca de la ciudad lluviosa de su pasado.
Todos eran astronautas desorientados
hablando en direcciones distintas
a interlocutores distintos
en un idioma que nadie entendía.

Pasado un rato
Laura me ha enseñado su cuarto:
Una cama y un lavabo
cerrado con candado.
Botellas de agua y aburrimiento
esparcidos sobre una mesita de noche.

Me ha pedido que le haga una lista
con las cosas que necesita
para que yo se la dé a su hermana:
una bata (hace frío),
algo donde meter la ropa sucia,
un champú (mejor uno para bebés,
porque confiscan aquellos
cuya composición es más tóxica)
y papel, sobre todo hojas de papel.

Hemos hablado de cosas normales.
He deseado tanto rescatarla;
Laura era diferente al resto, era normal,
no había ruido en su piel
y yo quería llevármela a casa.

He querido cuidarla.
Llevarla al mar, observar las mareas,
comer chocolate y luego
proponerle que intentemos contabilizar
todas las cosas
que relacionan a las mujeres con la luna.

A veces, la felicidad
es un producto 
que se acaba de agotar en los supermercados
justo cuando
algunas personas han llegado.

Qué hermosa es Laura.
Qué hermoso es no ser ella
para poder ser alguien que la observa.
Quizá Laura siempre se siente sola
porque ella está rabiosa por vivir
pero no sabe
sobre qué moldes verter su vida.
Ella es
como uno de sus 24 rotuladores Crayola:
Los 24 están deseando vivir
y contar historias,
pero todavía permanecen en su caja,
mudos, rabiosos; no encuentran hojas.






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