Cuando era adolescente
se me ocurrió el macabro juego
de preguntarle a mis amigos:
¿a qué tres personas
matarías?
En aquel entonces casi todo el mundo
me miraba mal.
Mi pregunta no hacía gracia
y casi nadie respondía.
Unos años más tarde,
atascado en la veintena,
volví a hacer la misma pregunta:
¿a qué tres personas matarías?
Entonces mis amigos empezaron a rascarse la cabeza
y a pensar mucho. Al final
decían un par de nombres, luego rectificaban
y dejaban solo uno;
uno que pronunciaban
con decidida rotundidad.
Ahora que pasamos de los treinta
he vuelto a formularles la misma pregunta:
¿a qué tres personas matarías?
Casi todos
me han respondido
con tres nombres enseguida.
se me ocurrió el macabro juego
de preguntarle a mis amigos:
¿a qué tres personas
matarías?
En aquel entonces casi todo el mundo
me miraba mal.
Mi pregunta no hacía gracia
y casi nadie respondía.
Unos años más tarde,
atascado en la veintena,
volví a hacer la misma pregunta:
¿a qué tres personas matarías?
Entonces mis amigos empezaron a rascarse la cabeza
y a pensar mucho. Al final
decían un par de nombres, luego rectificaban
y dejaban solo uno;
uno que pronunciaban
con decidida rotundidad.
Ahora que pasamos de los treinta
he vuelto a formularles la misma pregunta:
¿a qué tres personas matarías?
Casi todos
me han respondido
con tres nombres enseguida.