Con 10 años no sabía
que a veces el flash
de las cámaras de fotos
hace que la gente fotografiada
aparezca con los ojos rojos.
Estábamos en casa de un familiar lejano.
Más que lejano, diría que remoto.
Estos parientes
que no son ni de sangre
ni de leche.
Sino que son
el primo de alguien
que sí que es tu primo.
El caso es que había un chaval
de mi edad.
Puede que un poco más mayor
y por eso
más chulo.
Me enseñó una foto
en la que aparecía un montón de gente
completamente normal
a excepción de los ojos:
eran rojos.
El chico no me dejó tiempo para preguntar,
simplemente
me espetó:
Son demonios.
Son una sociedad
de demonios de ojos rojos.
Anda ya,
repuse yo.
Que sí, coño.
¿Por qué te piensas que tienen los ojos rojos?
Pero no le digas nada a nadie.
Solo lo sabemos tú,
yo
y otro amigo mío.
No no, no digo nada.
El chico me tendió la foto
para que la observara mejor.
Si no fuera por esos ojos sanguinolentos
que lo demonizaban todo
aquella gente
hubiera pasado
por gente perfectamente normal y corriente.
Había una chica demonio
con una copa en la mano.
Era guapa, sonreía a cámara.
Un demonio más viejo, gordo
y con barba
le pasaba un brazo
por encima del hombro.
Todo el mundo sonreía
y parecía feliz.
Para eso existen las cámaras de fotos, ¿no?
Para pellizcar uno de esos pocos instantes
en los que todo un conjunto de personas
es feliz a la vez
en un mismo recuadro.
¿Por qué sonríen?
¿Están celebrando algo?
Sí,
me repuso el chaval.
¿Y qué celebran?
Que están a punto de comerse a alguien.
que a veces el flash
de las cámaras de fotos
hace que la gente fotografiada
aparezca con los ojos rojos.
Estábamos en casa de un familiar lejano.
Más que lejano, diría que remoto.
Estos parientes
que no son ni de sangre
ni de leche.
Sino que son
el primo de alguien
que sí que es tu primo.
El caso es que había un chaval
de mi edad.
Puede que un poco más mayor
y por eso
más chulo.
Me enseñó una foto
en la que aparecía un montón de gente
completamente normal
a excepción de los ojos:
eran rojos.
El chico no me dejó tiempo para preguntar,
simplemente
me espetó:
Son demonios.
Son una sociedad
de demonios de ojos rojos.
Anda ya,
repuse yo.
Que sí, coño.
¿Por qué te piensas que tienen los ojos rojos?
Pero no le digas nada a nadie.
Solo lo sabemos tú,
yo
y otro amigo mío.
No no, no digo nada.
El chico me tendió la foto
para que la observara mejor.
Si no fuera por esos ojos sanguinolentos
que lo demonizaban todo
aquella gente
hubiera pasado
por gente perfectamente normal y corriente.
Había una chica demonio
con una copa en la mano.
Era guapa, sonreía a cámara.
Un demonio más viejo, gordo
y con barba
le pasaba un brazo
por encima del hombro.
Todo el mundo sonreía
y parecía feliz.
Para eso existen las cámaras de fotos, ¿no?
Para pellizcar uno de esos pocos instantes
en los que todo un conjunto de personas
es feliz a la vez
en un mismo recuadro.
¿Por qué sonríen?
¿Están celebrando algo?
Sí,
me repuso el chaval.
¿Y qué celebran?
Que están a punto de comerse a alguien.