Por los desayunos con tortitas,
en lugar
de los desayunos con galletas María.
Por el sirope.
Por la casa en el árbol
que tienen todos los niños,
y por la clandestina necesidad que tienen estos
de leer cómics y libros
guardando un sigilo
de linterna
bajo sábanas.
Por los bailes de fin de curso
en donde siempre hay ponche
y adolescentes que se han quedado sin pareja.
Por los hombres que beben en el porche
y van
cada domingo a misa
y en lugar
de pensar en el cielo
piensan en el infierno
de Vietnam.
Por el bate de baseball detrás de la puerta.
Por los padres de familia
que siempre duermen
con un ojo abierto
y con un arma
debajo de la almohada.
Por las sillas eléctricas.
Por el momento en el que las encienden
para freír a algún criminal
y las luces de las casas
de las manzanas de alrededor tiemblan
por la sobrecarga.
Por esas series de negros
en las que los blancos siempre hacen de tontos.
Por esos polis gordos
que llevan en una mano una pistola
y en la otra
un Donut.
Por las Estatua de la Libertad,
que parece más bien
una señora de la limpieza
sosteniendo un cucurucho
de una sola bola.
Por la mantequilla de cacahuete,
con la que, parece,
se están haciendo
sándwiches a todas horas.
Por el Halloween,
que a pesar de que se celebre en octubre
hace que las tiendas de caramelos
hagan su agosto.
Por los monstruos,
debajo de las camas
o sueltos por las calles.
Por los pobres tirando de un carrito.
Por los domingos de misa.
Por el arderás en el infierno
mientras te abanicas en la tierra
escuchando al párraco.
Por los fuegos artificiales del 4 de Julio.
Por el pavo trinchado.
Por el día Acción de gracias.
Por los vecinos que podan setos
y te preguntan cómo estás
siempre que sepan
que estás bien.
Porque hay chicas que se llaman Megan.
Porque hoy es la fiesta de graduación
y tenemos que ponernos ese absurdo birrete.
Papá y mamá vendrán
y nos harán unas fotos
en las que saldremos tan sonrientes,
que dentro de muchos años,
mirarlas solo nos servirá
para causarnos mucho daño.