Después de firmar
los papeles del divorcio,
mi madre dijo
que podíamos usar la vajilla buena,
la de ribetes de oro,
para las comidas
del día a día.
Eran platos bonitos.
Mi abuelo se los compró
a dos jóvenes
que, supuestamente,
iban a pasar toda la vida juntos.
Después de firmar
los papeles del divorcio,
mi madre empezó a tratarlos
sin ningún cuidado:
Los miraba girar en el microondas
mientras se calentaba
cualquier comida rápida.
Los limpiaba
frotándolos temerariamente
con la esponja
de fregar los platos.
Finalmente,
el oro del ribete
se les fue marchitando
como se marchita la juventud:
gradualmente,
con el drama
de las cosas que se marchitan sin dramas.
Una vez,
a mí se me cayó
uno de esos platos al suelo
y se hizo añicos.
Fui a por la escoba
y le pedí perdón a mi madre
por romperle uno de los platos
de la vajilla de su boda.
Ella encogió los hombros,
siguió mirando el móvil
y me dijo que no pasaba nada.
Esta es la historia
de cómo la vajilla buena
se acabó convirtiendo en la vajilla mala.
los papeles del divorcio,
mi madre dijo
que podíamos usar la vajilla buena,
la de ribetes de oro,
para las comidas
del día a día.
Eran platos bonitos.
Mi abuelo se los compró
a dos jóvenes
que, supuestamente,
iban a pasar toda la vida juntos.
Después de firmar
los papeles del divorcio,
mi madre empezó a tratarlos
sin ningún cuidado:
Los miraba girar en el microondas
mientras se calentaba
cualquier comida rápida.
Los limpiaba
frotándolos temerariamente
con la esponja
de fregar los platos.
Finalmente,
el oro del ribete
se les fue marchitando
como se marchita la juventud:
gradualmente,
con el drama
de las cosas que se marchitan sin dramas.
Una vez,
a mí se me cayó
uno de esos platos al suelo
y se hizo añicos.
Fui a por la escoba
y le pedí perdón a mi madre
por romperle uno de los platos
de la vajilla de su boda.
Ella encogió los hombros,
siguió mirando el móvil
y me dijo que no pasaba nada.
Esta es la historia
de cómo la vajilla buena
se acabó convirtiendo en la vajilla mala.