Ya hace años
que se murió George Michael.
Fue durante ese terrible año, 2016,
un año que empezó
clavándole hasta matarlo,
un cuchillo a mi abuelo en un riñón.
Aunque ya han pasado
cinco años
sigo utilizando
el pretérito perfecto.
Se ha muerto George Michael, joder.
Y siempre que lo recuerdo
me doy una palmada en la frente
como si acabara de morirse de nuevo.
Como si lo matara yo
al acordarme de que ya está muerto.
Yo no escucho a George Michael a menudo.
Su música no está
en la base piramidal
de mis gustos musicales.
Pero mi madre, en Navidad,
siempre ponía
Last Christmas de Wham!
Cuando empezaba a sonar, la veía chasqueando los dedos,
sonriendo para sí misma,
como si durante un fugaz instante
pudiera saludar de nuevo,
al otro lado del espejo,
a la joven que ella fue durante los 80.
Para ser una casualidad.
Para ser todos nostros
productos de las travesuras matemáticas
de la energía cuántica,
he de decir que el cosmos
tiene un sentido del humor muy sórdido.
George Michael murió el día de Navidad.
Last Christmas, I gave you my heart.
¿Me entiendes?
Aún recuerdo cuando George Michael
volvió a la música
después del parón de Faith.
En la MTV ponían sin parar
el videoclip de Jesus to a child.
Siempre que lo ponían, mi madre y mi tía
se ponían frente del televisor
y lo miraban muy fijamente.
Sigue guapísimo
le susurraba una a la otra.
Y regresaban a la cocina con mi abuela,
retomando sus cosas
cabizbajas y en silencio,
como si las dos
estuvieran apenadas
por haberse casado con sus maridos
en lugar de con George Michael.