En primero de la EGB
logré saltar por fin
el enorme escalón
que separaba el nivel del patio de arena
del nivel de la tarima de cemento
sobre el que se levantaba mi escuela.
El año anterior,
había estado mirando a ese escalón
de un modo desafiante, retador.
A veces,
incluso le hablaba y le insultaba
a ese bloque de cemento
como si fuera una persona,
porque mi infancia,
como la de cualquier niño,
fue prácticamente una película de aventuras.
En 1º de la EGB logré saltarlo por fin
y me dije que a partir de ahí
empezaba ya el resto de mi vida.
No volví a pensar que me convertía
en un adulto
hasta que terminé los exámenes de Selectividad.
Qué equivocado estaba;
la Universidad es una de las cosas
más infantiles que me han ocurrido,
porque la prisa por convertirnos en adultos,
terminó por transformarnos
en niños que fumaban
mientras seguían esperando
que ocurriera algo.
Después, cuando me dejó mi primera novia,
también pensé que me había convertido en un adulto,
cuando me paraba sin motivo
frente a las tiendas de ataúdes.
Y venga a pasar años
siendo siempre el mismo,
y siendo siempre alguien que no cree
en los años que han ido pasando.
Pensaba que había llegado a ser
un mutante de experiencias,
hasta que murió mi abuelo
y entonces volví a pensar,
delante de su fenómeno cadavérico,
que su muerte era la corneta
que daba el toque
para que yo subiera a mi siguiente edad.
También pensé que ya era un adulto,
cuando Andrea se vino a vivir a casa,
y luego ha resultado
que casi siempre somos
dos adolescentes en pijama
que se gritan
cuando algo no sale
como lo esperaban.
Ahora tengo canas en las cejas,
y los ojos tan cansados
que a veces se me ponen
de color lunes.
Y, sin embargo,
cuando me miro al espejo
después de afeitarme,
sigo viendo al niño de 6 años
que pensaba que ya era adulto
solo porque había saltado
un escalón muy grande.