Recuerdo que de niño,
un tío mío, el marido
de una de las hermanas de mi padre,
siempre hacía bromas
cuando nos picaba por el telefonillo.
¡PIIIIIIIIIIIIIIIII!
¿Quién es?
-respondía mi madre-
Hola, señora,
mire soy el butanero,
¿usted me pagó
la última bombona?
-Inquiría mi tío
con la justa dosis de seriedad
que requieren las bromas de verdad.
Mi padre, que siempre ha sido
uno de esos hombres acomplejados
que solo saben admirar a los demás
copiándoles mal,
empezó a imitar a mi tío.
Pero mi padre lo hacía de un modo
contaminado y sin gracia,
fastidiado por tener que ser
siempre él
quien imitara a los demás.
Mi padre picaba al timbre,
después de sus 10 o 12 horas
trabajando en el bar
y respondía de forma abrupta
que era el butanero,
y después de una pausa
de tres puntos suspensivos
tras los que se parapetaba
su falta de imaginación
añadía cualquier chorrada,
cualquier eco remedado
de las bromas que mi tío
hilvanaba espontáneamente.
Sin embargo, debo admitir
que hay un chascarrillo
de los que mi padre le copió a mi tío
que todavía hoy
me sigo haciendo reír
cuando mi padre
me lo suelta por el timbre:
¡PIIIIIIIIIIIIIIIII!
¿Quién es?
-pregunto con media sonrisa,
esperando ya el chiste-
Caballero, soy del cementerio,
¿quiere huesos para el caldo?
un tío mío, el marido
de una de las hermanas de mi padre,
siempre hacía bromas
cuando nos picaba por el telefonillo.
¡PIIIIIIIIIIIIIIIII!
¿Quién es?
-respondía mi madre-
Hola, señora,
mire soy el butanero,
¿usted me pagó
la última bombona?
-Inquiría mi tío
con la justa dosis de seriedad
que requieren las bromas de verdad.
Mi padre, que siempre ha sido
uno de esos hombres acomplejados
que solo saben admirar a los demás
copiándoles mal,
empezó a imitar a mi tío.
Pero mi padre lo hacía de un modo
contaminado y sin gracia,
fastidiado por tener que ser
siempre él
quien imitara a los demás.
Mi padre picaba al timbre,
después de sus 10 o 12 horas
trabajando en el bar
y respondía de forma abrupta
que era el butanero,
y después de una pausa
de tres puntos suspensivos
tras los que se parapetaba
su falta de imaginación
añadía cualquier chorrada,
cualquier eco remedado
de las bromas que mi tío
hilvanaba espontáneamente.
Sin embargo, debo admitir
que hay un chascarrillo
de los que mi padre le copió a mi tío
que todavía hoy
me sigo haciendo reír
cuando mi padre
me lo suelta por el timbre:
¡PIIIIIIIIIIIIIIIII!
¿Quién es?
-pregunto con media sonrisa,
esperando ya el chiste-
Caballero, soy del cementerio,
¿quiere huesos para el caldo?