Ir al contenido principal

Futuristas

Andrea y yo hacemos planes juntos
cuando nos bañamos en el mar.
Dentro del agua, flotando, el presente no pesa
y es más fácil
ser dos personas
que se dan la mano
para sortear las olas
juntos.

Insinuamos mucha luz
cuando hablamos del futuro:
los hijos que tendremos,
el modo en el que los educaremos.
La manera en que nuestra familia morirá unida,
cogiéndonos todos de las manos
en el salón de casa
por culpa de las súper bacterias
o del cambio climático.


Pero Andrea y yo
nunca hablamos de verdad de la muerte.
Nunca hablamos de dónde esconderemos (porque estas cosas no se guardan,
se esconden)
nuestra póliza de defunción.
Ni de quién de los dos
es más probable
que encuentre el cuerpo del otro sin vida.

Solo insinuamos luz,
solo hablamos de la vejez
haciendo chistes
y fanfarroneando, porque la vejez
no es lo que nos toca ahora.

Lo que nos toca ahora
es ir juntos a la playa,
sonreírnos mientras hacemos planes
y se nos arrugan las manos
en el agua.





Entradas populares de este blog

Inmortal

Yo solo me como las uvas de Fin de año, porque temo que si no lo hago, ese año muera mi madre. El otro día escuché un podcast en el que un médico hablaba de la cercanía de la inmortalidad. Decía que está a la vuelta de la esquina, para todos, en menos de 30 años. Pero de aquí a 30 años, mi madre, con su nombre de montaña, ya no estará viva. ¿Para qué querría un hijo echar de menos a sus padres de manera interminable? Si nos volviésemos inmortales, ¿se borrarían las líneas de la vida de nuestras manos? Si yo nunca fuera a acabarme, ¿me molestaría en seguir sonriendo a los pájaros del Delta, en señal de tímido agradecimiento por la primavera? Almacenaría tantas memorias a lo largo de los siglos, que me pregunto si mi cerebro no sobreescribiría los recuerdos que tengo de mi abuela cuando me quería. Cuando me besaba en la mejilla y me pedía que tuviera cuidado con los chicles, porque resulta que si un niño se traga un chicle, este se le puede pegar en el corazón. ¿Se puede seguir siendo hu...

Sin hijo

Esta primavera está resultando ser una Semana Santa en donde nadie resucita. Me estoy acordando mucho de lo bueno que era mi padre inventándose las cosas que no sabía. Ese es el ingrediente clave para que un padre te fascine durante toda tu infancia y te defraude durante el resto de tu vida. Mi paternidad es una maravilla sin audiencia. Este es un asunto tan triste como la tristeza que sentía mi abuela cuando alguna vez me veía adelgazar. Con la de cosas que tengo que decir. Con la de cosas que tengo por enseñar y, sin embargo, los ojos cada vez se me van afilando más para solo ver a mis fantasmas. Yo, como todos, fui hijo de gigantes. Mi padre lo sabía todo hasta que no supo nada. A los doce fui consciente de que yo sabía más que él de matemáticas y de que yo comprendía mucho mejor que mi madre el mundo que me rodeaba. Eran gigantes y yo les superé; así que deduje que nunca fueron personas admirables. ¿Y si me equivoqué? ¿Y si resulta que, en realidad, a mi edad, mis padres sí fueron ...

Por el camino de la playa

Annie nunca quiso escaparse conmigo. Robar bancos. Huir. Registrarnos juntos en hoteles usando nombres falsos de ladrones famosos. Podríamos haberlo hecho. Podríamos haber migrado constantemente hacia veranos como este en el que apenas llueve pero en el que las tormentas eléctricas hacen que el verano no pare de rechinar los dientes. Hubiéramos ido a lugares peligrosos. Depósitos de agua con las patas frágiles y rayos que hacen que la gente mire al cielo mientras acaricia el lomo de sus biblias. Podríamos haber viajado en coche sonriendo hacia el futuro. El mundo entero hubiera sido tan solo un montón de polvo y de cadáveres detrás de nosotros. Se podía. A esa edad se podía hacer de todo. Alimentarnos del sol reflejado en los charcos. Ser salvajes y olvidarnos de que en casa para leer y para ver la tele necesitamos ponernos las gafas. Pero Annie no quiso y ahora la vida ejerce sobre mí una mirada marchita. Camino, aburrido y furioso por el c...