1
-Kevin se ha ido a buscar sus flores.
Un pesado silencio lo cubrió todo. No solo era un silencio procedente del otro lado del teléfono, era un silencio que también afectaba al aquí de Calvin. A Calvin el corazón se le puso como de parto; le pareció que el silencio que reinaba era como de persona que se te acerca sigilosamente por la espalda y levanta el brazo para descargarte un terrible golpe en la cabeza. Sin embargo, tras unos instantes, la tensión se rompió con una respuesta breve y resignada, como si la mujer de 60 años que había al otro lado de la línea hubiera dejado de ser la madre de Kevin y se hubiera convertido en un inspector de policía que ya ha presenciado todo el mal del mundo.
-Comprendo.
Calvin tragó saliva y colgó el teléfono. Le parecía inverosímil que todo hubiera salido según lo que había previsto Kevin. Durante una hora, Calvin se convirtió en un perro, en un perro sin nombre que acechaba todas las ventanas de su casa levantando las orejas para intentar captar las sirenas de la policía. Pero nadie vino a buscarle. El mundo le dejaba en paz. El mundo no le perseguía. La consigna Kevin se ha ido a buscar sus flores había funcionado.
2
-Oye, tío. Vete a por las esposas. Llevo un rato con temblores.
-Pero…
-¡Ve, joder! Quedamos en eso.
Calvin se fue a metió en la casa a buscar las esposas. ¿No se supone que debía sentir pena? Su mejor amigo había empezado el proceso de transformación y él, en lugar de sentir pena, lo que sentía era el acuciante terror de no regresar a tiempo para ponerle las esposas a Kevin antes de que se transformara. ¿Y si al salir al porche ya era un zombie? ¿Y si Kevin atacaba a Calvin después de haberse transformado? Finalmente, después de haber cogido las esposas, Calvin resolvió que lo mejor era coger también el revólver. Antes de regresar al porche espió por la ventana a su amigo. Kevin seguía sentado en el mismo sitio, parecía seguir siendo él, solo que estaba hiperventilando y llorando al mismo tiempo. Calvin hizo acopio de valor, se metió el revólver en el bolsillo de los tejanos y salió cautelosamente al porche.
-Kevin…
-Has tardado, tío.
-¿Qué te pasa? ¿Ya te estás…?
-No, mamón. Me pasa que tengo miedo. No me quiero convertir.
-Oye, ¿y no quieres que llam
-¡NO! Cíñete a lo que hablamos, cabrón. Yo lo haría. Dame las esposas.
Calvin se las dio. Su amigo se esposó al pasamanos de robusta madera del porche y se llevó la mano que le quedaba libre a la cara. Comenzó a sollozar. Calvin volvió a tomar asiento junto a su amigo y le tocó la espalda.
-Tío, siento mi reacción. Me asusté.
Kevin negó con la cabeza mientras se sorbía los mocos e intentaba, de algún modo, rebobinar el llanto hacia atrás.
-No te preocupes. Pero tráeme algo de beber. ¿Quieres? ¿Hacemos lo que dijimos? Dijimos que si a alguno de los dos le pasaba…
-El otro se sentaría a su lado y beberían y mantendrían la última conversación. Al diablo, voy a por la nevera.
Calvin regresó un par de minutos después con una nevera portátil grande, repleta de cubos de hielo a los que les habían insertado una decena de latas de cerveza. Kevin la abrió con la mano que no tenía esposada y bromeó:
-Parece un cofre del tesoro.
-Y lo es. Es nuestro cofre de conversar.
-Amén, tío.
Brindaron con sendas latas de cerveza. Pronto, a pesar de las lúgubres circunstancias, lograrían conversar.
3
-Calvin, ¿sabes una cosa? Creo que nunca me he enamorado de verdad. O que si lo he hecho ,ya se me ha pasado, ¿sabes por qué?
-¿Por qué?
-Porque, cuando me corro, todas las tías me dan igual. Me importan un cuerno. Me molestan. Es lefar, limpiarme, y pensar que todas me dan igual.
-Yo, cuando me corro, me da igual todo el mundo.
-¿Qué quieres decir?
-Pues eso. Que no se trata solo de las tías, se trata de que me apetece estar solo. Diría que hasta me pongo de mal humor. Cuando me corro me importa una mierda todo. Solo quiero estar un rato solo, pensando en mis mierdas. Me atrevería a decir que me cae mal todo el mundo, después de correrme.
-Ah, puede ser. Puede ser que a mí también me pase eso.
-Hay una cosa que es curiosa… Siempre hablamos de lo mismo, en verdad.
-¿Qué quieres decir?
-De vez en cuando hablamos de libros, de series, de música… Pero, al final, siempre hablamos de tías.
-Ya. Supongo que no son lo mejor que nos ha pasado, pero sí lo más importante.
-Lo más importante, ¿por qué?
-Bueno, ¿siempre hablamos de ellas, no?
-Jaja, sí. Me cago en la puta. ¿Sabes de qué me estoy acordando?
-¿De qué?
-De cuando lo dejé con mi segunda novia. De cómo cambia la puta gente.
-¿Te refieres a cuando os visteis por última vez? ¿Lo de comprarte cerveza en el súper?
-Sí. Sé que has oído la historia. Pero me apetece volver a contártela. ¿Puedo?
-Claro, tío.
-Dijimos de no vernos un par de semanas. Para pensar. Si te digo la verdad, yo no pensé. Sencillamente pasé dos semanas sin verla y la echaba de menos. Pero ella sí que pensó. La primera semana me llamó un par de veces. Conversaciones breves, tristes en perspectiva, pero cotidianas entonces. Pensé que volveríamos como si nada. Pero no. Cuando por fin la vi había hecho “clic”. Había cambiado. Lo supe nada más verla llegar. Vestía diferente, olía diferente y, obviamente, había ido a la peluquería. Ya sabes que las tías creen que para cambiar de vida es necesario haber cambiado de pelo.
-Jajaja, ya te digo.
-Fuimos a una cafetería. Caminos totalmente en silencio. Eso me dio mala espina. Nunca habíamos caminado en silencio, a menos que nos hubiéramos acabado de pelear, pero no era el caso. A mitad de su taza de café me dijo que prefería dejarlo. Que la dinámica de nuestra relación se había embrutecido o no sé qué mierdas. Le dije que vale. Cuando fui a pagar, porque casi siempre pagaba yo, me dijo que no lo hiciera, que ya no salíamos. ¿Te lo puedes creer? Le había visto el coño miles de veces y ahora me decía que no podía invitarla a un café; ahí se me vino el mundo abajo. Al final, pagué yo porque ella no tenía suelto y era una estupidez marear con el cambio a la camarera. Cuando salimos a la calle me dijo que ella tenía que ir al súper, que la acompañase porque así me compraría una cerveza y “saldaría” la deuda que tenía conmigo por haberla invitado a un café. Hija de puta. Miles de horas hablando, cientos de comidas de coño, todo el dinero que me gasté con ella, todo lo que le conté sobre mi vida… Docenas de veces diciéndole que la verruga de su cuello me parecía encantadora… Y ya no me dejaba pagarle un café. Mundo de mierda.
-Oye, Kevin.
-Qué.
-¿Quieres que le diga algo a alguien? ¿A ella? Aunque hayas dicho eso de que ya no estás enamorado… O bueno, ¿quieres que le diga algo a algún otro colega o a algún familiar? ¿Tienes algún asunto que aclarar?
-No, tío. Lo que tengo es puto miedo. ¿Harás lo que dijimos?
-Sí. Tengo la pistola en el bolsillo. Aquí nadie puede oírnos, y puedo enterrarte en el jardín trasero. Lo malo es que la gente hará preguntas.
-No, no las harán, capullo. Eso lo tengo arreglado. ¿Tú no?
-¿Cómo? ¿Arreglado?
-Claro. Tengo una consigna. Una contraseña. Una frase que cuando se la digas a la gente que pregunte por mí hará que entiendan lo que ha pasado. En mi familia todos tenemos una… ¿En la tuya no? Entonces, si fueras tú el que se transformara… Qué cabrón. Tu familia me denunciaría.
-Yo… Yo qué sé, tío. En mi familia no se habla de esas cosas. Nunca. Mi abuelo hizo su primer testamento a los 65 años, ¿puedes creerlo?
-¿Bromeas? Mis padres tienen 50 años y ya tienen testamento, y desde hace años. Y no están enfermos ni nada. Una vez me lo leyeron, después de que lo modificaran al morir mi hermana.
-Oye, Kevin. ¿Y cuál es esa consigna? O sea, no la digo porque la vaya a necesitar pronto…
-Que la vas a necesitar.
-Sí, joder. Lo siento. Pero también la quiero saber por curiosidad.
-Tranqui. Si te la tengo que decir igual. Me encuentro peor, Calvin. Tengo fiebre.
-Mierda, tío. ¿Te traigo hielo o algo?
-No, escúchame. Mi hermana se llamaba Rose. ¿La recuerdas?
-Muy poco. Hace tanto tiempo.
-Ya. Bueno, se llamaba Rose. Y mi abuela, que para mí era un ángel, se llamaba Margaret. Ella me crió, me venía a buscar al colegio. Lo que tienes que decir a quien te llame preguntando por mí es: Kevin se fue a buscar sus flores. ¿Vale?
A mi amigo Ernesto, que ha tenido que poner a la venta las butacas de conversar
A mi amigo Ernesto, que ha tenido que poner a la venta las butacas de conversar