Todas las impresoras son unas hijas de puta.
Te manchan el papel, o no imprimen bien
la cara trasera, o se quejan,
con graznidos de máquina sufriente,
de que nunca te ocupas de sus cabezales.
Por eso, hace unos meses
tomé la determinación
de dejar que la mía
muriese de inanición;
ya no le compro tinta
y solo la uso como escáner.
Ahora voy a la Copistería Alonso.
Lleva abierta casi 30 años
y aún la regenta
el viejo que la fundó,
junto con dos de sus muchachos.
El viejo se mueve alegre
entre las máquinas de fotocopiar.
Silba canciones
mientras ajusticia papel con la guillotina,
y te sonríe
mientras te da el cambio.
El problema es que la gente joven
ya no quiere fotocopias
ni encuadernaciones.
Cada vez que voy
y le digo que he enviado
un correo electrónico
para que me lo impriman,
al viejo se le pone
esa cara desolada
que se le pone a los perros grandes
cuando nadie les hace caso:
Vale, un momento,
ahora aviso a uno de los muchachos.
Entonces se mete en la trastienda
y ya no sale.
Uno de sus hijos viene a atenderte:
Busca tu correo.
Te lo imprime.
Te cobra.
Te da el cambio
pero nunca te sonríe.
Te manchan el papel, o no imprimen bien
la cara trasera, o se quejan,
con graznidos de máquina sufriente,
de que nunca te ocupas de sus cabezales.
Por eso, hace unos meses
tomé la determinación
de dejar que la mía
muriese de inanición;
ya no le compro tinta
y solo la uso como escáner.
Ahora voy a la Copistería Alonso.
Lleva abierta casi 30 años
y aún la regenta
el viejo que la fundó,
junto con dos de sus muchachos.
El viejo se mueve alegre
entre las máquinas de fotocopiar.
Silba canciones
mientras ajusticia papel con la guillotina,
y te sonríe
mientras te da el cambio.
El problema es que la gente joven
ya no quiere fotocopias
ni encuadernaciones.
Cada vez que voy
y le digo que he enviado
un correo electrónico
para que me lo impriman,
al viejo se le pone
esa cara desolada
que se le pone a los perros grandes
cuando nadie les hace caso:
Vale, un momento,
ahora aviso a uno de los muchachos.
Entonces se mete en la trastienda
y ya no sale.
Uno de sus hijos viene a atenderte:
Busca tu correo.
Te lo imprime.
Te cobra.
Te da el cambio
pero nunca te sonríe.