A principios de cada mes,
justo después de que mi madre
ya se hubiera marchado a la cama,
mi padre sacaba uno de esos abultados sobres
de papel de estraza
que su jefe usaba
para pagarle su sueldo de camarero.
Entonces se ponía a hacer montoncitos con los billetes
y a bisbisear especulaciones:
ropa para esta gente (refiriéndose a mi madre y a mí),
la comida,
la cerveza,
la luz y el agua.
Parecía un loco jugando al solitario.
Si por casualidad yo estaba despierto
me llamaba
y con voz fanfarrona
intentaba instruirme para el día de mañana:
¿Lo ves? Así se organiza la pasta.
Haces montoncitos con los gastos.
Y lo que sobra
lo escondes para imprevistos.
Entonces envolvía los fajos de billetes
en papel de aluminio
hasta convertirlos
en lingotes robóticos
que iba escondiendo por toda la casa.
Finalmente, cogía el fajo de billetes
para los imprevistos,
levantaba algún mueble muy pesado,
que ni mi madre ni yo podríamos nunca levantar,
y escondía el dinero debajo.
¿Lo ves? Está aquí. Ahora ya lo sabes.
Lo coges si pasa algo.
Mi padre sonreía
mientras hacía esos montoncitos de dinero.
El dinero era su única forma de soñar,
su único método para untar la vida
en las rebanadas del futuro.
justo después de que mi madre
ya se hubiera marchado a la cama,
mi padre sacaba uno de esos abultados sobres
de papel de estraza
que su jefe usaba
para pagarle su sueldo de camarero.
Entonces se ponía a hacer montoncitos con los billetes
y a bisbisear especulaciones:
ropa para esta gente (refiriéndose a mi madre y a mí),
la comida,
la cerveza,
la luz y el agua.
Parecía un loco jugando al solitario.
Si por casualidad yo estaba despierto
me llamaba
y con voz fanfarrona
intentaba instruirme para el día de mañana:
¿Lo ves? Así se organiza la pasta.
Haces montoncitos con los gastos.
Y lo que sobra
lo escondes para imprevistos.
Entonces envolvía los fajos de billetes
en papel de aluminio
hasta convertirlos
en lingotes robóticos
que iba escondiendo por toda la casa.
Finalmente, cogía el fajo de billetes
para los imprevistos,
levantaba algún mueble muy pesado,
que ni mi madre ni yo podríamos nunca levantar,
y escondía el dinero debajo.
¿Lo ves? Está aquí. Ahora ya lo sabes.
Lo coges si pasa algo.
Mi padre sonreía
mientras hacía esos montoncitos de dinero.
El dinero era su única forma de soñar,
su único método para untar la vida
en las rebanadas del futuro.